jueves, 28 de agosto de 2008

LA AVENTURA DE VALFERMOSO DE TAJUÑA.


Panorámica del valle del Tajuña desde el mirador de Valfermoso de Tajuña.

Hola, menudo recorrido dí el domingo de visita a Valfermoso del Tajuña.
Salí temprano para aprovechar más el día. En poco tiempo ya estaba en plena subida a Valfermoso. Una vez arriba: recorrí el pueblo e hice algunas fotos. Había quedado con Francisco, nos encontramos cerca de la iglesia. Después de un rato agradable, en la que comentamos y charlamos sobre el pueblo, nos despedimos y continué la ruta por el mismo sitio que había venido. Aprovechando la larga bajada me dejé caer y disfruté como un enano al no tener que pedalear. Alcancé una gran velocidad y buen ritmo. Ya en el empalme de la carretera CM-2005 que va a Brihuega, lo crucé y continué de frente por la ruta que va a Lupiana.

Un alto en el camino en la carretera que va a Lupiana.

La carretera estrecha y de asfaltado muy viejo y desgastado por los años me acompaño hasta pasar por unos grandes depósitos de agua que hay al llegar a la cresta de la subida. Justo en la cima, en un cruce, tomé la carretera que salía a mi derecha con dirección a Valdeavellano, siete kilómetros. La subida continuaba otros dos o tres kilómetros y en un punto, a la mitad del recorrido más o menos, me encontré en una zona completamente solitaria y perdida de la mano de Dios. Prácticamente no me crucé con nadie en toda la ruta desde que salí de casa.

Valfermoso desde la carretera a Valdeavellano.

Ya en Valdeavellano, entré al pueblo; también estaban de fiestas. Recorrí la plaza y algunas calles. Buscaba a alguien que me aclarara la ruta hacia Caspueñas, mi siguiente destino, tras hablar con una señora que no me dejó nada claro el rumbo a tomar comenzaron mis dudas y claro: tomé el camino equivocado, la ruta fue más larga de lo planeado. Llegué a Valdesaz, donde no tenía, ni remotamente pensado llegar y, encima, creyendo que era Caspueñas, mi destino. Ésto me desmoralizó un poco, ya estaba cansado, hambriento y, a pesar de tener agua de sobra, tenía sed.

Ya que estaba allí y para relajarme, me tomé unas cervecitas, comí algo en un bar que se encontraba abarrotado y muy animados con las gentes del pueblo; supongo que sería porque también estaban de fiestas, no sé.
Sin más remisión, tomé rumbo a Caspueñas, un trecho de unos seis kilómetros por todo el valle del río Ungria, me separaban de mi rumbo. Una vez llegado a Caspueñas, crucé el pueblo sin más, y comencé la subida por la carretera que va a Valdegrudas. La subida, de unos dos kilómetros, era dura, pero no la última, debía economizar mis fuerza. Aún me quedaban un par de cuestas y muchos kilómetros hasta casa. No importaba, iba por buen camino.

En Valdegrudas, me pasé por la casa de otro compañero del trabajo, Juan, pero las puertas parecían cerradas a cal y canto y por allí no se veía ni el gato, así que continué bajando hasta el puente que cruza el río Matayeguas para, seguidamente, empezar otra subida, no tan fuerte como las demás, pero sí igual de respetable y como mi nivel de energías estaba bajo lo mejor era tomárselo con calma. En una curva, en plena subida, tomé un camino que salía a izquierdas. Por lo que yo sabía, éste camino empalmaba con otro que va paralelo al AVE, y a su vez, éste me llevaba a casa, pero por desgracia había que seguir subiendo y ahora por tierra, que siempre se hace más complicado por aquello de que la rueda trasera pierde tracción y esas cosas.

Tras kilómetros de caminos polvorientos y aguantando un calor abrasador vi unas viñas a la derecha del camino, muy cerca, solo a un par de metros. ¿Era aquello un espejismo? ¡No, era real, eran uvas de verdad y además estaban casi maduras! Solté la bici y tras asegurarme de que por allí no estaba el dueño me lancé a por ellas. Estaban ácidas pero me sentaron de miedo y continué mi marcha con alegría y la mano y boca llenas de uvas.

Eran las dos de la tarde cuando contacté con la carretera que va a Aldeanueva por donde circulé unos kilómetros en total soledad. Un asfalto bien puesto, sin baches ni saltos, dio una tregua a mi maltrecho trasero dolorido por el largo camino.

Tras un cruce, un camino salía a la izquierda. Lo tomé. Ya solo me quedaban veintitrés kilómetros hasta casa, un paseo.

Llegué a casa a las cuatro menos diez y salí a las siete treinta. Recorrí 111 kilómetros cruzando tres valles de tres ríos diferentes condenados a unirse en uno solo: Tajuña, Ungria yMatayeguas. Cuatro fuertes subidas rompe piernas me dejaron derrotado, pero muy feliz. Al día siguiente, salí a correr seis kilómetros para relajar los músculos de las piernas y, la verdad, me quedé muy bien y con ganas de emprender otra aventura de casi supervivencia.

Recomiendo ésta vuelta o similar para fortalecer el cuerpo y el alma.

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Saludos.

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